Uno de los periodos más interesantes dentro de la historia humana es el de la Grecia Antigua. No solo por ser una era influyente en las áreas del lenguaje, la política, la ciencia y el arte; sino también por brindarle al mundo una extensa mitología que abarca dioses, héroes y, posiblemente su compendio más extenso, criaturas. Un bestiario lleno de majestuosos animales capaces de sembrar terror o admiración en el alma de cualquier ser humano que leyera sobre estos. Seres fantásticos que fueron evolucionando a través de los siglos y que en la actualidad podemos aún encontrarlos como referencia en infinidad de productos de la cultura de masas, y uno de los más populares es el fénix. Un ave dotada con habilidades fascinantes, siendo la más llamativa morir y renacer de sus propias cenizas. Riggan Thomson es un fénix, Riggan Thomson es Birdman.
Con su quinta cinta, el mexicano Alejandro G. Iñárritu maravilló tanto a la crítica especializada como al público después de que se estrenara a nivel mundial en noviembre de 2014. Asimismo, recibió múltiples premios y nominaciones en diversos festivales de cine y además fue meritoria de cuatro estatuillas del Óscar, incluyendo mejor película. Tantos años después aún se considera un largometraje de culto y uno de los mejores de la década. Lo anterior nos hace preguntarnos: ¿Por qué? ¿Qué razón hay para que la Academia y el resto del mundo la tengan en un pedestal? La respuesta es simple. El conflicto que trata el filme es la perfecta representación de una crisis que sufren comúnmente miles de miembros de la industria cultural, en especial en el mundo del arte, y esto es la encarnación de los sentimientos de impotencia y miedo al fracaso que se hacen presentes en las últimas etapas de una carrera profesional.
Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) nos cuenta la historia de Riggan Thomson (Michael Keaton), un actor en decadencia que se hizo célebre en la década de los noventa por interpretar a un superhéroe de tira cómica bautizado como Birdman. Ahora la carrera del actor se encuentra estancada y su única salida posible es dedicarse a la actuación en el escenario. Es por eso que Riggan decide escribir, producir y protagonizar su propia adaptación teatral del clásico cuento corto “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, obra del escritor estadounidense Raymond Carver. Y, precisamente, es con una frase del autor que se da inicio a la película:
– ¿Y conseguiste lo que querías de esta vida, a pesar de todo?
(Raymond Carver, Late fragment)
– Sí, lo conseguí.
– ¿Y qué era lo que querías?
– Considerarme amado, sentirme amado en la tierra.
La primera toma donde vemos a Riggan es surrealista, pues se encuentra levitando en su camerino. Parece ser que este trata de mantenerse en un estado de calma y concentración que se ve interrumpido por una voz gruesa y espeluznante. Es como si alguien estuviese en la habitación con él. Resulta ser que es la voz de Birdman, héroe que interpretó tantos años atrás. Una faceta del actor se ha convertido en un ser que se revela de vez en cuando para molestarlo y convencerlo de que está cometiendo un error al escoger el camino del teatro.
Se deja en claro que Riggan está librando una batalla interna. El personaje emplumado fue el que le entregó la gloría en el pasado, pero a cambio se apoderó de su imagen. Nadie recuerda a Riggan Thomson, el actor. Todos recuerdan al superhéroe, Birdman. Es por esto que no hay mejor opción para interpretar a Riggan que Keaton, pues este ha vivido en carne propia la maldición del personaje icónico al interpretar también a Batman. Estelar por el que se le vio encasillado hasta que años después fue reemplazado por Val Kilmer para la tercera entrega de la franquicia. Cada vez que Riggan discute con Birdman, parece como si Keaton le estuviera hablando al murciélago con el que lidió hace tanto tiempo.
En esta misma escena, el estado de relajación en que trata autoinducirse Riggan también se ve interrumpido por una ruidosa videollamada de su hija, Sam (Emma Stone). El motivo de la llamada es simple: la chica que estaba trabajando como asistente no había podido encontrar las flores que le había mandado a buscar su padre. En solución, este le indica que compre de cualquier tipo excepto rosas. Un detalle interesante, pues estas son las que se acostumbran a regalar a los actores de una obra por un excepcional performance dentro de esta. Riggan dice que no le gustan, pero probablemente es porque aún no las considera merecidas.
Después de la llamada, Riggan se mira al espejo y en el reflejo se puede ver que en la parte de atrás se encuentra un póster gigante de Birdman. El actor lo mira con desdén. Es aquí donde Riggan Thomson encuentra sus dos facetas frente al cristal: el actor fracasado y el popular héroe de la pantalla grande. Luego, la cámara gira para enfocarse en el protagonista. Ya no podemos ver a Birdman, debido a que su figura está oculta detrás de Riggan, o más bien dentro de este. Hace parte de él, pero el actor hace lo que puede para mantenerlo oculto. Odia a la “metaformación” que él mismo engendró, pero eso no significa que no se apropie de sus poderes de telequinesis para expresarse en su propia visión de la realidad. La cámara comenzará a seguir a Riggan y muy rara vez se despegará de él durante todo el largometraje. De la misma forma, los solos de batería que dotan de ritmo a este plano secuencia de dos horas son controlados por su caminata, acciones y diálogos. Parece ser que además de querer tomar el control de su vida, quiere también controlar la puesta en escena.
En un momento de la película, Riggan se queja porque los nuevos talentos también han elegido usar la capa y puede que, al igual que él, jamás se la puedan quitar de encima. Regresa a su camerino y en la tv aparece uno de los actores más populares del momento, Robert Downey Jr., mejor conocido por interpretar al superhéroe de Marvel, Iron Man. A continuación, ocurre otro suceso irreal, Riggan utiliza la telequinesis para apagar el dispositivo y vuelve a tener otra discusión con Birdman, quien lo acusa de “entregar las llaves del reino a unos posers”. Gracias a esta manifestación del pájaro, podemos deducir que, de hecho, Riggan está celoso y extraña ser el tema de conversación del momento como lo son las nuevas celebridades del cine basado en comics.
Al llegar a su santuario privado, después de un embarazoso primer preestreno, nos damos cuenta de que su ex esposa Sylvia (Amy Ryan) se encuentra esperándolo. Esta es una escena clave, porque es la primera vez que Riggan trata de expresar con palabras el conflicto en el que se siente atrapado y lo hace a través de una anécdota que lo explica perfectamente. Resulta que en su último vuelo a Los Ángeles el actor tenía a George Clooney sentado dos asientos adelante, cuando de pronto los alcanzó una tormenta que hizo que el avión sufriera turbulencias demasiado fuertes. Mientras la gente lloraba y rezaba, Riggan se quedó atónito en su asiento. Pensaba que si la aeronave se cayese y Sam leía el periódico la mañana siguiente, el rostro de su padre no estaría en primera plana, sino más bien el de la famosa celebridad que participó en la icónica Ocean’s Eleven.
Para infortunio de Riggan, ni siquiera la madre de su hija lo toma enserio. Lo tacha de ambicioso y aprovecha para echarle en cara algunos de los pecados que cometió en el pasado. Una conversación similar ocurre también con Sam, quien lo acusa de no querer dirigir la obra por amor al arte, sino por querer volver a ser relevante. Es después de estas discusiones perdidas en las que Riggan falla su intento por ser tomado en serio, cuando este manifiesta sus poderes una vez más al mover una caja de metal que se encuentra encima de la mesa. ¿Por qué? Simple: quiere sentirse en control de la situación, así tenga que alterar su visión de la realidad. Todo lo que expusieron sus allegados sobre él era cierto, a la par que no tenía con que defenderse o contraargumentar.
La frase que salía antes de los créditos iniciales cobra sentido ahora. Aunque Riggan en parte deseara que su hija se sintiera orgullosa de él, lo que en realidad quería era que el mundo lo apreciara por su valor como actor. Su plan era dejar de ser un célebre héroe de acción retro para convertirse en un moderno artista de renombre y así, además de obtener respeto dentro de la industria, podría volver a saborear la gloria. En efecto, un objetivo ambicioso, pero entendible y válido. El problema de Riggan es que es incapaz de aceptar sus verdaderas intenciones y su verdadero ser. Se avergüenza de su pasado y de su carrera, cuando es de lo que más debería estar agradecido y orgulloso.
Se obliga a adaptar una obra de Carver, un autor que es conocido por ser el mayor exponente del movimiento literario denominado “realismo sucio”, que solo trata temas cotidianos y se caracteriza por ser minimalista en extremo, sin ofrecer nada extraordinario y sin dedicar un espacio para concesiones metafóricas. Riggan es todo lo contrario, hace uso de los poderes de un personaje fantástico para hacer de su realidad algo más controlable. Le es imposible vivir un conflicto sin que Birdman intervenga. No puede enterrarlo, lo suyo es lo irreal. Es que ni siquiera adopta la filosofía del amor que Carver tanto impregna en sus obras. Es incapaz de expresar este sentimiento consigo mismo y los demás. Se auto desprecia a sí mismo y a su pasado. Riggan es un hombre moldeado por Hollywood y para ser alguien en Broadway tiene que aceptar ese hecho.
Cuando este decide ahogar sus penas en un bar, una famosa crítica del New York Times le deja en claro que va a destruir su obra sin importar que viese la noche del estreno, pues no consideraba que un payaso de las películas pudiera lograr algo en el escenario. A la mañana siguiente, Riggan amanece en la calle con la cabeza apoyada en una bolsa de basura. Ha tocado fondo y él lo sabe. Es aquí donde por fin vemos la materialización de Birdman que, por primera vez, habla sin ser interrumpido por Riggan. El actor acepta la faceta que tanto ha querido enterrar y nos presenta una de las mejores secuencias de toda la película. Es la primera manifestación de autoestima que podemos ver por parte de este, pues finalmente acepta que él también es Birdman. Ahora es uno con el pájaro.
Después de la surrealista escena, nos transportamos a la noche. La gente sale del teatro aplaudiendo la actuación de Riggan. La cámara deja de enfocarse en la entrada del edificio y entra por la ventana del camerino del actor. Hay miles de rosas, esta vez bastante meritorias. Después de una conversación con su esposa, llega el momento del último acto donde el personaje de Riggan se vuela los sesos con una pistola. Pero algo esta vez es diferente. El actor decide utilizar un arma real. Seguimos a Riggan, ahora uno con Birdman. El dúo quiere dar un espectáculo que supere a la ficción que tanto ama el público. Su monólogo termina, apunta el arma a su cabeza y acciona el gatillo. El público se asusta con el sonido del disparo e inmediatamente se pone en pie para aplaudir.
¡Lo ha logrado! La crítica escrita por la periodista del New York Times que alguna vez lo amenazó terminó siendo positiva. Un esclavo del surrealismo le brindó al público un final lleno de superrealismo. ¿El precio a pagar? Entregar su viejo rostro para salir en primera plana. No se voló los sesos; se destrozó la nariz y se le fue entregado un nuevo antifaz. Riggan Thomson, el que alguna vez fue Birdman, ha renacido cual ave fénix.
Al final de una carrera artística casi siempre se tiene que atravesar por un largo y solitario camino, lleno de sufrimiento y añoranza por el momento culmen de nuestra vida. De eso no hay duda. Pero siempre hay una posibilidad de redención a la vista cuando se hace uso de todo lo aprendido en el camino. Nadie debería menospreciar su pasado. Más bien, se debería mirar hacia atrás y repasar lecciones para el futuro. Y así como Riggan Thomson, convertirnos en la inesperada virtud de la ignorancia.