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La Cosa del Otro Mundo o Cómo Aprendí a Dejar de Preocuparme y Amar la Ciencia Ficción

Por milenios hemos sentido temor a lo desconocido, lo diferente, lo ajeno. Nos hemos preguntado ¿qué hay allí fuera? Eso explica por qué nos atraen tanto los relatos de monstruos que antagonizan con el héroe, de formas de vida en otros planetas y de creaturas que se ocultan en la oscuridad. Inclusive en nuestras obras más tempranas de ficción hemos contado historias acerca de bestias mitológicas con cualidades grotescas y abominables. Estas características poco comunes suelen representar nuestros miedos más profundos, por lo que es de esperar que prefiramos evitar a sus portadores a como dé lugar. En otras palabras, lo que nos provoca angustia resulta siendo la incertidumbre y la amenaza potencial.

Más allá de presentar eventos fantásticos, la ciencia ficción consigue configurar ideas que no podrían ser contadas si su ambientación fuese diferente. Construye realidades que traducen con sencillez situaciones humanas en clave de metáforas. La cosa del otro mundo es una película de este género que articula con elegancia los miedos de la época en que se produjo. Este relato de un extraterrestre amorfo representa el temor que se tenía por la infiltración soviética en suelo americano durante la Guerra Fría. Dicha ansiedad es materializada como un alienígena impostor. De esta manera, la paranoia anticomunista en Occidente es encarnada por un ser vivo amoral y voraz.

La cosa del otro mundo es un largometraje de terror de 1982 dirigido por John Carpenter y protagonizado por Kurt Russell. En él, un grupo de científicos americanos se encuentran estacionados en la Antártida, separados por kilómetros de hielo y nieve de cualquier atisbo de civilización. Tras un incidente violento, empiezan a ser atacados por una entidad desconocida. Esta ataca a sus víctimas, asimila su apariencia física a un nivel genético e intenta mezclarse con el equipo para no ser detectada, a la par que se copia a sí misma en cada organismo que invade. Así, va liquidando inexorablemente uno por uno a los miembros del equipo. Conforme pasan las horas y la desesperación se apodera de ellos, los personajes deben darle caza y detener a ‘la cosa’ antes de que sea demasiado tarde. Ante todo, es una cinta efectiva, terrorífica e ingeniosa.

La posibilidad latente de que se presentase un escenario de destrucción mutua asegurada comenzó poco tiempo después de acabarse la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética empezó a producir armas nucleares con celeridad. El pueblo americano se sentía inquieto. Dicha angustia se asentó aún más en instancias en que ambos bandos estuvieron muy cerca de atacarse mutuamente, como lo fueron la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962 y los ejercicios militares estadounidenses Able Archer 83. Como consecuencia de esto, los bloques oriental y occidental se acusaban uno al otro y con frecuencia de actuar de forma sospechosa o amenazante, y estos problemas perduraban en la agenda diplomática incluso años después. Con disimulo o no, la tensión entre los Estados Unidos y la URSS crecía por olas y la posibilidad de un ataque planeado estaba en boca de todos hasta que la Unión Soviética se derrumbó en 1991.

En La cosa del otro mundo, el monstruo inicialmente se oculta en la penumbra. Sin embargo, poco a poco, comienza a manifestarse espontáneamente y con mayor violencia. Y así como entre el caos escasea el calor humano, también se desvanece la cordura. Los personajes sospechan unos de otros; mientras algunos conservan el temple, el resto actúa de forma irracional. De forma similar, dada su naturaleza incierta y su tendencia a infiltrarse, ‘la cosa’ no solo usurpa la apariencia física de los científicos, sino que también destroza sus vínculos interpersonales. Cercenado su único contacto social durante el encierro, empieza una lucha entre las emociones y la razón.

La hostilidad entre los personajes parte del miedo que le tienen a lo desconocido. A lo largo de la película, el monstruo consigue quebrantar los lazos de fraternidad. Después de todo, las identidades de sus compañeros están siendo arrebatadas. Al no saber en quién confiar, el conflicto escala. El alienígena los induce en un estado de paranoia, deteriorando su pacífica realidad. Tal como dice R.J. MacReady, el protagonista: “La confianza es algo que escasea en estos días”. El miedo transforma a los hombres en bestias.

No es coincidencia que nunca veamos la apariencia auténtica del extraterrestre. Es un ente sin corporalidad fija que imita perfectamente a los seres vivos que asalta. Los absorbe y los asimila. Pareciese no tener sentido de la identidad: tan solo es una carcasa que recubre un impasible deseo de propagación. “El camaleón ataca de noche”, dice uno de los personajes. Su manifestación implacable y cruel nos invita a pensar en algo versátil que puede adoptar nuevas formas según lo requiera. Siendo así, ¿qué pasa si trasladamos la naturaleza de ‘la cosa’ a circunstancias de la vida real?

Debemos hablar del Síndrome de Capgras. Los individuos que padecen esta condición creen que una o más personas con las que conviven son impostores idénticos. Este delirio de reemplazo está muy presente en la ficción. Pero en este caso, resultan notables las producciones cinematográficas que también poseen mensajes referentes a la potencial “amenaza comunista” que acechaba al pueblo norteamericano durante la Guerra Fría. La más reconocible es La invasión de los usurpadores de cuerpos de Don Siegel. En esta película de 1956, una raza alienígena busca reemplazar a los habitantes de un pequeño pueblo con copias idénticas desprovistas de emociones y sentimientos. Este elemento de deshumanización resulta siendo la cuestión fundamental alrededor de la cual orbitan las cintas de este talante.

Otro largometraje que trata la paranoia armamentística es la sátira política Dr. Insólito de Stanley Kubrick, esta vez sin el tropo del reemplazo sistemático de cuerpos. Inclusive otro ejemplo podría ser un proyecto cinematográfico que el propio Carpenter dirigió seis años después de La cosa del otro mundo, llamado Están vivos. Aunque dicho filme trate también el tema de la desconfianza con el otro, este se aproxima desde un ángulo diferente, ya que funciona como crítica del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, en esencia, la obra funciona bajo los mismos principios: ¿Qué pasaría si personas ordinarias estuvieran aparentando ser algo (o alguien) que no son en realidad?

La posibilidad de que la ideología soviética pudiera inocularse en todas las esferas de la cotidianidad era aterradora. Igualmente, pensar que las nociones norteamericanas de prosperidad pudiesen ser derrumbadas por una fuerza extranjera y silenciosa (que acechaba los vecindarios y perseguía a las familias) insinuaba un paisaje mental espantoso. Por estos motivos, los sectores más conservadores del pueblo estadounidense engendraron iniciativas que promovían el macartismo y diversas manifestaciones de aversión a todo lo que vagamente pareciese comunista. Lo anterior también impulsó la presencia del llamado ‘Temor Rojo’ en la cultura popular, reforzando las concepciones que se tenían sobre el Bloque Oriental. Partiendo de un pueblo que traía consigo un concepto de vida floreciente que databa de la década de los 50s, era de esperarse que se diera esta reacción. Y algo semejante ocurría al otro lado del charco, donde se demonizaba todo lo que representara el mínimo atisbo de cultura occidental.

Sea subtexto deliberado o no, La cosa del otro mundo funciona como paradigma de cómo la ciencia ficción es capaz de materializar nuestras inseguridades sociales. Y dichos temores siempre suelen tomar formas monstruosas o aberrantes. Es por esto por lo que no resulta descabellado plantearse que, en un contexto post-11/S, una película de construcción similar podría proponer bestias que encarnasen metafóricamente a grupos terroristas, cuyas acciones representan aún hoy día una amenaza para la paz mundial. Si la cinta hubiese sido producida durante la Segunda Guerra Mundial, ‘la cosa’ podría haber representado la introducción paulatina de los ideales del nazismo en la psyche norteamericana. De ahí que la fórmula puede repetirse en cualquier situación similar.

Esta apropiación de motivos alegóricos ya se ha realizado. Por ejemplo, cuando H.G. Wells publicó su novela La guerra de los mundos en 1898, es probable que el significado oculto de la invasión alienígena que relataba en su libro hiciera alusión directa al salvaje colonialismo europeo que se vivía en esos tiempos. De manera similar, 107 años después, en 2005, Steven Spielberg presentó en las salas de cine su adaptación homónima del texto original. Refrescada por efectos especiales increíbles, el filme también incluía un mensaje muy actual, solo que en esta ocasión no se refería a europeos atacando tierras distantes. Esta vez, es posible que Spielberg haya buscado transmitir la desolación que han causado los conflictos bélicos durante el siglo XXI. Incluso el propio guionista de la película, David Koepp, ha comentado dicha aproximación. Sin duda, el anacrónico dicho atribuido a los romanos de “bárbaros en las puertas” da cabida para ser moldeado a voluntad. Unos tienen comunistas en las puertas. Otros, imperialistas europeos, y extraterrestres cambiantes de forma.

‘La cosa’ viene del espacio interestelar. No estamos acostumbrados a combatirla. Solo busca engañarnos y reproducirse sin parar, justo como se pensaba que lo hacía la Unión Soviética. Con un organismo de esta calaña suelto, ¿cómo saber quién es quién? Es una pregunta sin respuestas sólidas. Es un asunto ambiguo.

En realidad, nos tiene sin cuidado de dónde proviene aquello que nos intimida. Puede que provenga del otro extremo del mundo, del otro lado de la calle o incluso del insondable vacío que rodea a nuestro planeta. No nos importa. Para nosotros, en simples palabras, es de otro lugar. Así como vilipendiamos al vecino que no respeta la serenidad de nuestro hogar, podemos contar historias de seres intergalácticos siniestros. O epopeyas homéricas con creaturas mitológicas. Es igual de fácil.Cristalizar el antagonismo es sencillo. Sin embargo, los relatos que creamos también son capaces de unirnos como sociedad. Mientras llegamos a buen puerto, podemos disfrutar de producciones cinematográficas excelentes, las cuales nos ayudan a entender nuestros miedos más profundos y nos deleitan con imágenes que quedarán grabadas a fuego en nuestras mentes. Y una de ellas es La cosa del otro mundo. Después de todo, si nuestro objetivo es fraternizar, ¿por qué no hacerlo mientras disfrutamos de buenas películas?

Sebastián Martínez Díaz

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