Casi todos los seres humanos, de una forma u otra, estamos enamorados de una celebridad. Ya sea por su sonrisa, su apariencia física o incluso su voz, son personas que inspiran un sentimiento que podemos identificar con facilidad. El mundo siente especial interés por aquellos que vemos proyectados en grandes pantallas de cine. Leemos con curiosidad sobre su diario vivir en las noticias de farándula y, de vez en cuando, escuchamos un escándalo mediático en el que se encuentran involucrados. De igual manera, a muchos les resulta atractiva la idea de ‘salir en televisión’ en algún momento de sus vidas. Consumimos con regularidad contenidos audiovisuales de todo tipo, y es de esperar que sintamos fascinación por la idea de alcanzar la fama. Esto nos empuja a pensar en situaciones tan idílicas como estrafalarias, ubicándonos en los mismos pedestales que ocupan nuestras celebridades preferidas.
Existen personas que estarían dispuestas a llegar hasta los extremos con tal de conseguir esos cinco minutos de gloria, y Rupert Pupkin no es la excepción. Este peculiar y delirante sujeto, encarnado por Robert De Niro, aspira a convertirse en un comediante exitoso. Durante su travesía por la ciudad de Nueva York, observamos sus múltiples intentos por alcanzar el estrellato. Dichos esfuerzos tienen un mismo fin: aparecer en el programa televisivo de Jerry Langford (interpretado por Jerry Lewis). Pupkin lo considera su mentor, a pesar de que este lo ignore en varias ocasiones. Cansado de que su celebridad favorita lo rechace, decide secuestrarlo y tomar su lugar por una noche. Y esta es la historia que nos cuenta El Rey de la Comedia de Martin Scorsese.
En la película acompañamos a un floreciente talento durante su inesperado ascenso. Pero durante su aparente búsqueda de popularidad, nos damos cuenta de algo. Rupert no solo está buscando ‘ser famoso’; su verdadero propósito es mucho más trascendente. Su objetivo ontológico va más allá de aparecer en titulares de periódicos o en los telediarios de la noche. En este mundo, inclemente y distraído, él quiere ser visto y recordado con cariño. Y como él, nosotros también anhelamos quedar plasmados en las páginas de la historia.
Las ideas temáticas se van hilando con claridad desde el inicio del largometraje. Todo comienza con una transmisión de El Show de Jerry Langford. En este punto, se manifiesta la voluntad de Scorsese por plantear un paralelo entre la actividad que está realizando el espectador del filme y lo que está pasando en pantalla: se está presenciando un espectáculo. Esto llega a ser una especie de metacomentario sobre la naturaleza contemplativa de la sociedad actual. Pero pronto empieza a volverse un asunto mucho más personal.
Jerry, al salir del estudio de televisión, es asediado por un séquito de fans que quieren su autógrafo. Al entrar en su auto, se le abalanza encima una fan que está enamorada de él. Aprovechando la situación, Pupkin auxilia a Jerry. Mientras la mujer grita dentro del vehículo y el protagonista la observa desde afuera, la cámara se ralentiza y empiezan a aparecer los créditos al son de Come Rain or Come Shine de Ray Charles. Y es aquí donde se establece el melancólico leitmotiv presente en El Rey de la Comedia. Si se indaga en la letra de dicha pieza musical, se encuentran versos como el siguiente:
“Supongo que cuando me conociste
Era solo alguien más
Pero no me pongas a prueba
Pues voy a ser sincero, si me dejas
Me vas a amar, como nunca nadie me ha amado
Aunque llueva o salga el sol”.
La canción encapsula la motivación básica del personaje interpretado por De Niro, y lo hace desde temprano en la cinta. Rupert lleva esperando mucho tiempo a que ‘llegue su momento’ de brillar. Tiene expectativas de ser alguien prestigioso y reconocido. Este deseo no proviene de un interés avivado por razones superficiales. Por el contrario, se podría argumentar que su propósito carece de vanidad alguna. Y esto es evidente cuando sale al aire al final del largometraje y recién nos enteramos de su pasado.
Su vida se ha visto aquejada por problemas de todo tipo. Tuvo una infancia desagradable y sin amor. Nadie lo ha reconocido como alguien valioso y él considera que su existencia no ha sido determinante en el gran esquema de las cosas. ¿Y cómo podría Rupert conseguir que una sociedad apática reconozca su identidad? Pues, en este caso, la opción más efectiva resulta siendo un medio masivo de comunicación: la televisión.
En una de las alucinaciones ocasionales que tiene el protagonista, Jerry le pregunta por su método para crear chistes buenos. Su respuesta es: “Creo que analizo mi vida, veo lo terrible de ella y lo convierto en algo cómico”. Ante todo, dichas dificultades sociales y afectivas le han jugado en su contra y le han pasado factura, afectando su estado mental. En efecto, las manifestaciones psicológicas de Pupkin juegan un rol fundamental en la trama. El ‘discute’ con su madre, aunque en realidad ella murió nueve años antes de los hechos presentados en el filme. Asimismo, cuando está en casa, él se dedica a hablar con figuras de cartón de sus celebridades favoritas. Y en la que es probablemente la secuencia con más importancia temática de todo la película, observamos cómo Rupert ensaya una rutina de stand-up comedy frente a un papel tapiz inmenso. En este se encuentra retratada toda una audiencia de personas, joviales y entusiasmadas, mientras la cámara realiza un travelling hacia atrás. Es una habitación larguísima que cobija a un hombre demencial entre paredes blancas. Y lo más inquietante de todo es el sonido del supuesto público que ríe sin parar. Y el escándalo es tanto que consigue ahogar la propia voz de aquel comediante que los deleita con sus chistes.
El protagonista es ambicioso y audaz, tanto que secuestra a su ídolo con tal de lograr su cometido de aparecer en televisión. Y parte de su filosofía es no descansar hasta que consiga ser ‘alguien relevante’ en la sociedad. Incluso cuando habla por primera vez con Jerry, Rupert Pupkin se presenta y comenta: “Sé que el nombre no significa mucho para usted, pero sí es importante para mí”. Análogamente, el hecho de que el protagonista tenga un nombre así de ridículo aporta a la construcción de alegorías. En varios momentos del largometraje hay personas que confunden dicho nombre, resultando en versiones aún más absurdas que la original. Pero conforme Rupert se vuelve más conocido por los actos delictivos que comete, los personajes que lo rodean dejan de pronunciarlo mal. Aquí es cuando la identidad empieza a ser un elemento importante en la película.
Con el pasar de los años, somos cada vez más conscientes de nuestras propias vidas. De ahí que El Rey de la Comedia plantea que los seres humanos tenemos la esperanza de que algún día alguien nos reconozca por quienes somos en realidad, sin presentación ni ademanes previos. Por ejemplo, el personaje interpretado por De Niro quiere ser un comediante televisivo. Sin embargo, es de considerar que el filme no solo intenta transmitir una idea sobre el imperioso deseo que tenemos de ser famosos, sino que también busca transmitir un mensaje mucho más profundo. Los hombres aspiramos a poder afincar una parte de nosotros mismos en los demás. Tenemos la necesidad existencial latente de legitimar nuestra propia identidad a través de las relaciones sociales que tenemos con otras personas, casi como si quisiéramos habitar pasivamente una parte de sus conciencias.
Resulta importante recalcar que no se puede saber todo acerca del mundo del espectáculo. Sin embargo, la gente se convence de que sí es posible. Muchas veces las personalidades ‘impolutas’ de muchos cantantes y actores resultan siendo solo una fachada y, como consecuencia, los fans se desmotivan porque sus ídolos perdieron esa ‘pureza’ concedida por las pantallas y los escenarios. Por esto suele contrastar la mundanidad de la vida con la aparente grandeza que brinda la fama. Y este ‘estereotipo de perfección de Hollywood’ es lo que nos lleva muchas veces a imaginarnos fantasías con aquellos que realmente no conocemos frente a frente. Todos tenemos una estrella favorita por la que sentimos especial admiración. Y nos interesa mucho saber sobre ellas, aunque en realidad estas también sean simples personas de carne y hueso.
Cuando Rupert está próximo a presentarse en el show de Jerry, causa un ajetreo inmenso en la cadena de televisión. Tienen incertidumbre de lo que pueda ocurrir. Los ejecutivos se preguntan si vale la pena arriesgarse. Llegan incluso a discutir si la vida de Jerry Langford vale lo mismo que tener a un hombre delirante durante diez minutos en pantalla, pero pronto descubren que la intervención de Pupkin era inofensiva y que este solo quiso usar el programa como método de catarsis. Tras esto, ocurre lo que vaticinaba la frase promocional en el poster de la película: “Nadie conoce a Rupert Pupkin, pero después de las 11:30 de la noche nadie podrá olvidarlo jamás”.
Es aquí cuando cobran mayor sentido los versos de Come Rain or Come Shine. Antes de indicar dónde tiene secuestrado a Jerry (que nunca estuvo en verdadero peligro), Rupert pide visitar a Rita, una mujer con la que había desarrollado una corta relación romántica al principio del largometraje. Y tal como lo canta Ray Charles, el protagonista le demuestra que logró su cometido y que ahora es famoso. Su intervención televisiva es un gran éxito, a pesar de que uno de los policías que lo arresta comenta que los chistes fueron pésimos. Ahora el autoproclamado ‘Rey de la comedia’ es elogiado por el público, aunque haya cometido un crimen. Y en este contexto el espectáculo vence a la justicia penal, ya que el personaje interpretado por De Niro sale con prontitud de la cárcel y consigue un programa propio.
Abrumado por el triunfo, a la par que los aplausos ensordecedores no le permiten iniciar su show, Pupkin se encuentra en una vorágine. Así, la magnitud de la situación lo induce en una felicidad paralizante. En ese punto, el filme corta a negro. Scorsese entonces nos plantea la siguiente incógnita: ¿Ocurrieron en realidad los hechos del final o fueron una maquinación mental del protagonista? Con una imaginación tan amplia y con una determinación tan férrea como la de Rupert, ambas opciones son posibles.
Teniendo todo lo anterior en cuenta, la cinta no solo examina el culto contemporáneo a las celebridades, sino que también explora muchos rincones de la naturaleza humana. Es una comedia negra que formula varias preguntas: ¿El éxito se cosecha con persistencia o se obtiene por pura suerte? ¿Vale la pena ser alguien reconocido? ¿Hay personas que están destinadas a la grandeza y otras que no? Todos estos son interrogantes planteados por un largometraje de 1982 que aún hoy sigue siendo vigente y cuyas implicaciones sobreviven con vigor y gracia.
En un universo tan grande, una sola vida puede parecer insignificante. Pareciese que la única forma de sobresalir de entre la multitud es siendo famoso. No obstante, El Rey de la Comedia aboga por el rol que jugamos como seres humanos en un mundo incierto. Nos enseña que nuestras vidas tienen muchísimo valor y que es gracias a los demás que la existencia puede cobrar aún más sentido. Y no es necesario que nos convirtamos en actores de cine o que participemos en escándalos mediáticos, solo necesitamos vivir con sinceridad, convencidos de que nuestras acciones, por más pequeñas que parezcan, dejan huella.
El Rey de la Comedia nos invita a pensar el rol que tenemos en la sociedad y las relaciones que tenemos con los demás. En este sentido Pupkin no es muy diferente a nosotros, por más chiflado que pueda estar. Todos queremos que nuestra identidad perdure en el tiempo. Y aunque cada individuo parezca un ser diminuto a comparación del cosmos, este pequeño mundo resulta siendo muy cómodo si decidimos convivir con las personas adecuadas.
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